Borges mantuvo residencia, durante diez años, en el quinto piso de este domicilio, a partir de julio de 1929.
El edificio tenía su entrada frente a un corralón municipal que dio origen a la actual plaza de Las Heras y Pueyrredón donde aún florece el aguaribay bajo cuya sombra solía sentarse a leer el joven escritor. El departamento tenía vista al cementerio de la Recoleta, a la iglesia del Pilar, al lejano río "con barquitos" y al nunca acabado edificio de la actual Facultad de Ingeniería. Por esa calle, pasaba una línea de tranvías que conducía a la "problemática Plaza de Once", que él debía atravesar para llegar a su empleo de bibliotecario en el barrio de Almagro. Ese viaje, de una hora de ida y otro tanto de regreso, lo aprovechó para leer la Divina Comedia, en italiano y en inglés. Un idioma, el primero, que nunca estudió pero, como todo argentino se preciaba de comprenderlo.
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